Mis primeras mentoras

Mis primeras mentoras del buen hacer en Urgencias fueron mujeres. Ellas fueron mis referencias de cómo se podía, siempre, aportar algo bueno a cualquier paciente y compañero. Les estoy muy agradecido y me siento un afortunado de intentar seguir su ejemplo”

Carlos Ibero Esparza, urgenciólogo

Lo haces muy bien… solo te falta el bigote

Con esta frase, dicha con mucha naturalidad, salimos de un box de urgencias mi compañero Gonzalo y yo después de hablar con el hijo de una paciente anciana que me había tenido preocupada toda la tarde y a la que finalmente diagnostiqué de un problema quirúrgico. El familiar quería una segunda opinión, porque de la mía no se fiaba. En solo dos minutos y prácticamente con mis mismas palabras mi compañero había convencido a ese hijo de lo que yo había sido incapaz minutos antes.

Ser una médico de urgencias joven cada vez en menos ocasiones supone un problema para mis pacientes pero ser joven y mujer todavía si.

Después de 15 años de ejercicio en el servicio de urgencias ya no me molesta; me hastía en ocasiones, en otras me apena.

Siempre digo que la Medicina de Urgencia me eligió a mí y no al revés. Es una de mis pasiones a la que sin duda dedico más tiempo y esfuerzo. Y lo hago desde la responsabilidad y el amor por mi trabajo. Igual que todos y cada uno de mis compañeros con los que comparto horas de insomnio, cansancio físico y emocional y momentos de satisfacción por el trabajo bien hecho. 15 años después siento que tengo el reconocimiento de mis compañeros y el agradecimiento de muchos de los pacientes y familiares con los que he compartido una fracción de sus vidas…y aún sigo sin “el bigote”

María Andrés Gómez, urgencióloga

Siempre es complicado “desnudarse” pero la razón bien lo merece

Siempre es complicado “desnudarse” pero la razón bien lo merece. Soy un “apasionado de la vida”, pasión y vida están íntimamente ligadas, por eso me dedico a esta maravillosa especialidad. Pero poder disfrutar de estas emociones solo ha sido posible por el cuidado de la persona que delimitó mis primeros pasos, me guió siendo niño y posterior rebelde, por la implicación de la persona que más tarde me enseñó el significado de la palabra pasión y sin duda por el compromiso de las personas que me mostraron el camino iniciático de mi vocación, la MUE. Soy el reflejo de todas ellas y por tanto a ellas me debo. Son todas mujeres, son mis iguales y son además compañeras y amigas. Cuanto os siento y cuanto os quiero; ¡¡gracias!!

Tato Vázquez Lima, urgenciólogo

La igualdad entre sexos consiste esencialmente en no fijarse en el sexo

El equipo médico de urgencias de mi hospital está constituido en el momento actual por 8 mujeres y dos hombres. Visto de otra manera, también está formado por 3 mayores y por 7 jóvenes. Quizá menos importante, pero también está constituido por dos personas rubias naturales y el resto morenas. Yo diría que hay 5 altos y cinco bajos. No estoy seguro, pero deduzco que 4 son de derechas y 6 de izquierdas. Nueve guapos, entre los que me encuentro, y uno feo, o fea, que no lo aclaro, pero que por desgracia es amigo, o quizá amiga. Si me pusiera enfermo no me importaría que el médico que me asignaran fuera hombre o mujer, mayor o joven, rubio o moreno, alto o bajo, de derechas o de izquierdas, guapo o feo. Y la razón es que creo que en mi servicio tengo la suerte de que todos los médicos son inteligentes, y ninguno necio, y, sobre todo, porque, también por suerte, todos son buenos médicos de urgencias y ninguno malo. Cuando enfermo, no quiero fijarme en lo que tienen entre las piernas los médicos que me atienden, ni en su edad, ni en sus ideologías. No son las variables que me interesan. Lo único que deseo es que sean buenas personas y buenos médicos.

Cesáreo Álvarez Rodríguez, urgenciólogo

“niña tráeme la cuña” o “¿cuándo vendrá el doctor?”

Después de más de 30 años dedicada a la medicina, he pasado desde aquel “niña tráeme la cuña” o “¿cuándo vendrá el doctor?” a la absoluta normalización del “usted es la doctora?” Así es la vida, la medicina se ha feminizado y se ha normalizado que seamos las mujeres las que nos ocupemos de la salud de nuestra sociedad en todas las especialidades, las médicas, las quirúrgicas, las críticas y como no podría ser de otra forma también en la MUE. Nunca me he sentido discriminada por el hecho de ser mujer, pero recuerdo en mis años jóvenes aquella rara sensación de ser un florero en un mundo plagado de hombres. Eran otros tiempos. Aprendí a hacerme valer.

Otro tema es, como mujer, como se compagina la vida laboral, con las famosas guardias y largos turnos, con la vida familiar, sobre todo durante los embarazos o cuando los niños son pequeños. Aquí también han cambiado los tiempos, el embarazo era una “situación normal” para la mujer, decía mi ginecólogo y por lo tanto seguía trabajando al ritmo habitual y nunca me sentí discriminada por ello. Tampoco pedía un trato diferencial, porque la medicina era y sigue siendo para mí una parte esencial de mi vida como lo son mis hijos. Algo les habré enseñado de eso, cuando uno de ellos, la chica, sigue mis pasos.

Ser un buen médico no depende de los cromosomas, si no de la vocación, la dedicación, el estudio, todo éso no tienen sexo y los pacientes lo saben. No me gusta la discriminación positiva por ser mujer, quiero que se me reconozca por lo que soy, lo que sé y lo que me he preparado, ni más ni menos y competir con mis compañeros/as en igualdad de condiciones. Eso es lo que espero de los directivos actuales.

La verdad, es que, si miras la facultad de medicina, la mayoría son mujeres. Los residentes también mayoría chicas. Los adjuntos ya andaremos al 50%. ¿Pero qué pasa con los jefes de servicio? pues lo mismo, los antiguos eran hombres, pero los actuales cada vez se nombran más mujeres como no podía ser de otra forma. Ha tardado, los cambios son lentos, pero llegan y tarde o temprano llegaran a los catedráticos y los rectores. De hecho, en mi universidad hay una rectora y en mi facultad una decana, así que soy optimista: la medicina se escribe en femenino en todos sus ámbitos y las mujeres que la amáis tenéis un futuro maravilloso.

La MUE es la medicina con letras mayúsculas, necesita una gran preparación y dedicación. Quién no ama la MUE no sobrevive en urgencias, pero quién la ama, no sabe vivir sin ella. Si no existiera la MUE habría que inventarla y los pacientes nos lo confirman todos los días cuando acuden a nuestros servicios con la firme convicción que les resolveremos sus problemas de salud y algún que otro añadido, no tan médico.

Así que mujeres que os dedicáis a la urgencia y la emergencia por vocación debéis creer en vosotras, en vuestras posibilidades, porque lo valéis y además no tengo la menor duda que el futuro es vuestro.

Carmen Boqué Oliva, urgencióloga

Mujer y trabajo van de la mano

Mujer y trabajo van de la mano. En nuestro entorno laboral afortunadamente tienen las mismas posibilidades de desarrollar su vida profesional en igualdad a los hombres, aunque en otros soy consciente de que no. Causas hay muchas, culturales, sobre todo. El camino recorrido es grande, aunque el que queda también.

Desde mi humilde opinión, sois emprendedoras, conciliadoras, prácticas, resolutivas, veis más allá, hacéis equipo, líderes, cuidadoras, madres… Ánimo chicas por una sociedad y trabajo en paralelo, ni más ni menos.

Rafael Calvo, urgenciólogo

Lady Mary Wortley Monta

Mehmet temblaba bajo sus ropas y respiraba haciendo ruido, la vieja entró en la casa en décimo día de la enfermedad, se acercó al pequeño y le raspó una pústula que tenía en el brazo, guardó la pus en una cáscara de nuez y salió de la casa sin decir una palabra.

Lady Mary Wortley Montagu hacía ya varios años que vivía en Turquía, hablaba el idioma y se vestía con ropas locales, frecuentaba el hamman donde hablaba con otras mujeres. Ella nunca consideró a la cultura otomana como inferior, es más, aprendía muchísimo de ella, la llegó a amar profundamente.

En el hamman conoció a Hatice, una mujer que había sido inoculada con la pus que la anciana extraía de las pústulas de los niños enfermos de viruela en su décimo día de enfermedad.

Inmediatamente se interesó muchísimo en conocer esa práctica, ya que años atrás ella había sufrido una viruela que le había desfigurado el rostro, la misma enfermedad que había matado a su hermano.

Lady Mary escribía en 1718 acerca del procedimiento: “La viruela, tan fatal y generalizada entre nosotros, es aquí por completo inocua gracias a la invención del injerto, que es el término con que lo nombran. Hay un grupo de ancianas que se ocupan de hacer la operación. En el mes de septiembre, con la llegada del otoño, cuando disminuyen los grandes calores, la gente trata de enterarse si alguien de su familia tiene la intención de enfermar de viruela. […] Viene la anciana con una cáscara de nuez llena de pus de la mejor viruela y entonces pregunta a la gente qué venas desean que les abra. De inmediato, abre aquella que le es ofrecida con una aguja enorme no produce más dolor que un simple rasguño e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta de su aguja y después venda la pequeña herida con una cáscara hueca y así, de esta manera, abre cuatro o cinco venas” (Extraído de su novela epistolar Cartas desde Estambul. Publicada en 1763)

Las personas, así tratadas, pasaban una leve enfermedad, una fiebre de pocos días, que le hacían inmune a padecer la viruela más mortífera.

Lady Mary Wortley Montagu hizo inocular a sus propios hijos y convenció a la princesa de Gales para que hiciera lo propio con sus hijas, a su regreso a Inglaterra en 1718, donde llevó varias nueces con pus a su país. Llevando de esa manera, la cura contra la viruela.

La comunidad médica y religiosa se puso en su contra, encontrándose con la oposición y la misogínia de todo su entorno.

Sus Cartas se publicaron tras la muerte de Lady Mary. Cuarenta años después de la publicación, el doctor Edward Jenner leyó su obra, Jenner nunca conoció a Lady Mary Wortley Montagu, pero a ella le debe haber pasado a la historia como descubridor de la vacuna contra la viruela, la misma que acabo erradicando finalmente a la enfermedad en todo el mundo.

Varios siglos después, las mujeres seguimos teniendo un techo, que no es de cristal, es de hormigón armado. Hemos normalizado que nos piropeen, que nos llamen bonitas de manera condescendiente y sonreir ante ello. Hemos normalizado decir que una mujer tiene “cojones” al referirse a una forma de caracter llamado enérgico.

Hemos normalizado demasiadas cosas…

Decimos a nuestras hijas que no griten, que no hagan, que no molesten, que tengan miedo. A nuestros hijos, en cambio, les damos la libertad para equivocarse y la seguridad de que son el género fuerte, dominante, territorial, líder.

Hemos normalizado tanto esta diferenciación y discriminación social por género, que incluso las propias mujeres decimos que no hemos tenido ninguna dificultad por el hecho de ser mujer, que esa discriminación no existe. ¿Cómo ver dificultad en aquello que es nuestro día a día, nuestra cotideanidad? No existe aquello que no se puede ver.

A los hombres no les “molesta” la mujer así silenciada, la mujer que sigue los roles establecidos por la sociedad, aquella que se casa, que tiene hijos y que habla de ellos.

No molesta la mujer que aún ocupando puestos de responsabilidad, ellos puedan seguir dominando.

Seguiremos siendo calladas, ocultadas, dominadas, asesinadas. Seguiremos padeciendo violencia y sumisión a diario, normalizada como un aspecto más de nuestras vidas.

Soy enfermera, os podeís imaginar la cantidad de tópicos y risitas que he tenido que escuchar. Mi trabajo en urgencias y emergencias implica tomar decisiones que afectan a la vida de las personas, coordinar incidentes graves y procurar que las personas reciban la major asistencia sanitaria posible.

Este Hallowen mi vecina se disfrazará de enfermera sexy y en el programa de fin de año de la televisión nacional, unas enfermeras con minifalda bailarán enseñando su ropa interior. Me tomo las uvas, suenan las campanas celebrando el año 2018.

Pienso en Lady Mary. Y no puedo evitar llorar.

Rosa Pérez, enfermera de emergencias

Poema A Una Dama Muy Joven, Separada de Jaime Gil de Biedma

En un año que has estado
casada, pechos hermosos,
amargas encontraste
las flores del matrimonio.

Y una buena mañana
la dulce libertad
elegiste impaciente,
como un escolar.

Hoy vestida de corsario
en los bares se te ve
con seis amantes por banda
-Isabel, niña Isabel-,

sobre un taburete erguida,
radiante, despeinada
por un viento sólo tuyo,
presidiendo la farra.

De quién, al fin de una noche,
no te habrás enamorado
por quererte enamorar!
Y todo me lo han contado.

¿No has aprendido, inocente,
que en tercera persona
los bellos sentimientos
son historias peligrosas?

Que la sinceridad
con que te has entregado
no la comprenden ellos,
niña Isabel. Ten cuidado.

Porque estamos en España.
Porque son uno y lo mismo
los memos de tus amantes,
el bestia de tu marido.

Carmen del Arco, urgencióloga