Lady Mary Wortley Monta

Mehmet temblaba bajo sus ropas y respiraba haciendo ruido, la vieja entró en la casa en décimo día de la enfermedad, se acercó al pequeño y le raspó una pústula que tenía en el brazo, guardó la pus en una cáscara de nuez y salió de la casa sin decir una palabra.

Lady Mary Wortley Montagu hacía ya varios años que vivía en Turquía, hablaba el idioma y se vestía con ropas locales, frecuentaba el hamman donde hablaba con otras mujeres. Ella nunca consideró a la cultura otomana como inferior, es más, aprendía muchísimo de ella, la llegó a amar profundamente.

En el hamman conoció a Hatice, una mujer que había sido inoculada con la pus que la anciana extraía de las pústulas de los niños enfermos de viruela en su décimo día de enfermedad.

Inmediatamente se interesó muchísimo en conocer esa práctica, ya que años atrás ella había sufrido una viruela que le había desfigurado el rostro, la misma enfermedad que había matado a su hermano.

Lady Mary escribía en 1718 acerca del procedimiento: “La viruela, tan fatal y generalizada entre nosotros, es aquí por completo inocua gracias a la invención del injerto, que es el término con que lo nombran. Hay un grupo de ancianas que se ocupan de hacer la operación. En el mes de septiembre, con la llegada del otoño, cuando disminuyen los grandes calores, la gente trata de enterarse si alguien de su familia tiene la intención de enfermar de viruela. […] Viene la anciana con una cáscara de nuez llena de pus de la mejor viruela y entonces pregunta a la gente qué venas desean que les abra. De inmediato, abre aquella que le es ofrecida con una aguja enorme no produce más dolor que un simple rasguño e introduce en la vena tanto veneno como cabe en la punta de su aguja y después venda la pequeña herida con una cáscara hueca y así, de esta manera, abre cuatro o cinco venas” (Extraído de su novela epistolar Cartas desde Estambul. Publicada en 1763)

Las personas, así tratadas, pasaban una leve enfermedad, una fiebre de pocos días, que le hacían inmune a padecer la viruela más mortífera.

Lady Mary Wortley Montagu hizo inocular a sus propios hijos y convenció a la princesa de Gales para que hiciera lo propio con sus hijas, a su regreso a Inglaterra en 1718, donde llevó varias nueces con pus a su país. Llevando de esa manera, la cura contra la viruela.

La comunidad médica y religiosa se puso en su contra, encontrándose con la oposición y la misogínia de todo su entorno.

Sus Cartas se publicaron tras la muerte de Lady Mary. Cuarenta años después de la publicación, el doctor Edward Jenner leyó su obra, Jenner nunca conoció a Lady Mary Wortley Montagu, pero a ella le debe haber pasado a la historia como descubridor de la vacuna contra la viruela, la misma que acabo erradicando finalmente a la enfermedad en todo el mundo.

Varios siglos después, las mujeres seguimos teniendo un techo, que no es de cristal, es de hormigón armado. Hemos normalizado que nos piropeen, que nos llamen bonitas de manera condescendiente y sonreir ante ello. Hemos normalizado decir que una mujer tiene “cojones” al referirse a una forma de caracter llamado enérgico.

Hemos normalizado demasiadas cosas…

Decimos a nuestras hijas que no griten, que no hagan, que no molesten, que tengan miedo. A nuestros hijos, en cambio, les damos la libertad para equivocarse y la seguridad de que son el género fuerte, dominante, territorial, líder.

Hemos normalizado tanto esta diferenciación y discriminación social por género, que incluso las propias mujeres decimos que no hemos tenido ninguna dificultad por el hecho de ser mujer, que esa discriminación no existe. ¿Cómo ver dificultad en aquello que es nuestro día a día, nuestra cotideanidad? No existe aquello que no se puede ver.

A los hombres no les “molesta” la mujer así silenciada, la mujer que sigue los roles establecidos por la sociedad, aquella que se casa, que tiene hijos y que habla de ellos.

No molesta la mujer que aún ocupando puestos de responsabilidad, ellos puedan seguir dominando.

Seguiremos siendo calladas, ocultadas, dominadas, asesinadas. Seguiremos padeciendo violencia y sumisión a diario, normalizada como un aspecto más de nuestras vidas.

Soy enfermera, os podeís imaginar la cantidad de tópicos y risitas que he tenido que escuchar. Mi trabajo en urgencias y emergencias implica tomar decisiones que afectan a la vida de las personas, coordinar incidentes graves y procurar que las personas reciban la major asistencia sanitaria posible.

Este Hallowen mi vecina se disfrazará de enfermera sexy y en el programa de fin de año de la televisión nacional, unas enfermeras con minifalda bailarán enseñando su ropa interior. Me tomo las uvas, suenan las campanas celebrando el año 2018.

Pienso en Lady Mary. Y no puedo evitar llorar.

Rosa Pérez, enfermera de emergencias