Cuando surge en algún noticiero, del medio que sea, o en conversación de grupo familiar o de amigos, el tema de la discriminación de la mujer, no tengo por menos que hablar de mis compañeras urgenciólogas, dejando las cosas en su sitio.
Desde que entré el primer día en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Quien no conozca el otoño de Madrid, no puede saber lo que se siente un mes de octubre, con 17 años, al pasear por ese campus. Tuve claro que las mujeres en la facultad eran mayoría, gracias a Dios. Yo no estaba acostumbrado a colegios mixtos, bastante me distraía en clase durante el bachiller. La impresión imagínense, fue muy buena.
Desde esos momentos la sensación fue siempre la misma: ¡Son mejores que los hombres! Más atentas, más listas, más empollonas, tienen mejores apuntes…y los dejan.
Después en el trabajo ha sido igual. Siempre he defendido y preferido a las mujeres médicos de urgencias: Son iguales, trabajan igual, son igual de compañeras, son igual de listas y saben igual. Por tanto, cobran lo mismo, cosa que no he entendido en otros gremios, la desigualdad en el sueldo. Pero son más simpáticas, más atentas, más sensibles y más guapas que los troncos ¿Deberían ganar más?
En una cosa no son iguales, sí tengo que decirlo, tienen menos ego. La vanidad la llenan con otra cosa, como la familia, por ejemplo. Pero lo prefiero. Mejor que te den la murga con la comunión del niño, que se peleen contigo por ir las primeras en un trabajo. Jajaja, es una broma.
En fin, podría estar escribiendo durante mucho tiempo, pero sería una torpeza. No tendría ningún sentido. ¡Escribe algo sobre la universalidad del universo! Pues eso.
Besos chicas, de urgencias se entiende.
Ricardo Juárez, urgenciólogo